Las Mil y Una Noches el cuento probablemente mas viejo y oido por
generaciones.
Es una verdadera aventura leer este fabuloso cuento.
Esta es una obra que ha influenciado enormemente en las literaturas del
mundo occidental, pues constituye una riquísima fuente de cuentos, leyendas
e historias fantásticas, que han sido objeto de estudio de grandes
escritores, como en el Libro del Conde Lucanor, o más hacia estos tiempos,
en Jorge Luis Borges. También es notoria la influencia en la literatura
infantil, para la que se han adaptado relatos de la obra..
Si bien decimos que la obra es una serie de cuentos e historias hindúes,
persas, abisinios, egipcios, todo tiene una estructura que le da unidad a
esta extensa obra, mediante quien relata, la hija del visir, Schehrazada, la
narradora que debe mantener siempre vivo el interés del cruel sultán, y así
con su creatividad, astucia, sabiduría, lograr salvar su vida un día más.
HISTORIA
DEL REY SCHAHRIAR Y DE
SU HERMANO
EL
REY
SCHAHZAMAN
Cuéntase -pero Alah es más
sabio, más prudente, más poderoso y más benéfico- que en lo que transcurrió en
la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo un rey entre los reyes
de Sassan, en las islas de la India y de la China. Era dueño de ejércitos y
señor de auxiliares de servidores y de un séquito numeroso. Tenía dos hijos, y
ambos eran heroicos jinetes, pero el mayor valía más aún que el menor. El mayor
reinó en los países, gobernó con justicia entre los hombres, y por eso le
querían los habitantes del país y del reino. Llamábase el rey Schahriar. Su
hermano, llamado Schahzaman; era el rey de Samarcanda Al-Ajam.
Siguiendo-las cosas el
mismo curso, residieron cada uno en su país, y gobernaron con justicia a sus
ovejas durante veinte años. Y llegaron ambos hasta el límite del desarrollo y el
florecimiento.
No dejaron de ser así, hasta que
el mayor sintió vehementes deseos de ver a su hermano. Entonces ordenó a su
visir que partiese y volviese con él. El visir contestó: “Escucho y obedezco.”
Partió, pues, y llegó felizmente
par la gracia de Alah; entró en casa de Schahzaman, le transmitió la paz, le
dijo que el rey Schahriar deseaba ardientemente verle, y que el objeto de su
viaje era invitarle a visitar a su hermano.
El
rey Schahzaman contestó: “Escucho
y obedezco.” Dispuso los preparativos de la partida, mandando sacar sus tiendas,
sus camellos y sus mulos, y que saliesen sus servidores y sus auxiliares. Nombró
a su visir gobernador del reino y salió en demanda de las comarcas
de
su hermano.
Pero a media noche recordó una
cosa que había olvidado; volvió a su palacio secretamente y se encaminó a los
aposentos de su esposa a quien pensaba encontrar triste y llorando por
su
ausencia. Grande fue, pues, su
sorpresa al hallarla departiendo con gran familiaridad con un negro, esclavo
entre los esclavos. Al ver tal desacato, el mundo se obscureció
ante
sus ojos. Y se dijo: “Si ha
sobrevenido esto cuando apenas acabo de dejar la ciudad. ¿Cuán sería la conducta
de esta esposa si me ausentase algún tiempo para estar con mi hermano?”
Desenvainó inmediatamente el alfanje, y acometiendo a ambos, los dejó muertos
sobre los tapices del lecho. Volvió a salir, sin perder una hora ni un instante,
y ordenó la marcha de la comitiva. Y viajó de noche hasta avistar la ciudad de
su hermano.
Entonces éste se alegró de su
proximidad, salió a su encuentro, y al recibirlo, le deseó la paz. Se regocijó
hasta los mayores límites del contento, mandó adornar en honor suyo la ciudad y
se puso a hablarle lleno de efusión. Pero el rey Schahzaman recordaba la
fragilidad de su esposa, y
una nube de tristeza le
velaba la faz. Su tez se había puesto pálida y su cuerpo se había debilitado. Al
verle de tal modo, el rey Schahriar creyó en su alma que aquello se debía a
haberse alejado de su reino y de su país, lo dejaba estar sin preguntarle nada.
Al fin, un día, le dijo: “Hermano, tu cuerpo enflaquece y su cara amarillea.” Y
el otro respondió: “¡Ay, hermano, tengo en mi interior como una llaga en carne
viva-!” Pero no le reveló lo que le había ocurrido con su esposa. El
rey Schahriar le dijo: “Quisiera que me acompañase a cazar a pie y a caballo,
pues así tal vez se esparciera tu espíritu.” El rey Schalizaman no quiso aceptar
y su hermano se fue solo a la cacería.
Había en el palacio unas ventanas
que daban al jardín, y habiéndose asomado a una de ellas el rey Schahzaman, vio
corno se abría una puerta secreta para dar salida
a
veinte esclavas y veinte
esclavos, entre los cuales, avanzaba la mujer del rey Schahciar en todo el
esplendor de su belleza, y ocultándose para observar lo que hacían, pudo
convencerse de que la misma desgracia de que él había sido víctima, la misma o
mayor,
cabía a su hermano el sultán.
Al ver aquello, pensó el hermano
del rey: “¡Por Alah! Más ligera es mi calamidad que esta otra.” Inmediatamente,
dejando que se desvaneciese su aflicción, se dijo: “¡En verdad, esto es más
enorme que cuanto me ocurrió a mí!” Y desde aquel momento volvió a comer y beber
cuanto pudo.
A todo esto, el rey, su hermano,
volvió de su excursión y ambos se desearon la paz íntimamente. Luego el rey
Schahriar observó que su hermano el rey Schalizaman acababa de recobrar el buen
color, pues su semblante había adquirido nueva vida, y advirtió también que
comía con toda su alma después de haberse alimentada parcamente en las primeros
días. Se asombró de ello, y dijo: -”Hermano, poco ha te veía amarillo
de tez v ahora has recuperado los colores. Cuéntame qué te pasa.” El rey le
dijo: “Te contaré la causa de mi anterior palidez, pero dispénsame de referirte
el motivo de haber recobrado los colores.” El rey replicó: “Para entendernos,
relata primeramente la causa de tu pérdida de color
y
tu debilidad.” Y se explicó de
este modo: “Sabrás, hermano, que cuando enviaste tu visir para requerir mi
presencia, hice mis preparativos de marcha, y salí de la ciudad. Pero después me
acordé de la joya que te destinaba y que te di al llegar a tu palacio. Volví,
pues, y encontré a mi mujer y a un esclavo negro departiendo con gran
familiaridad. Los maté a los dos, y vine hacia ti, muy atormentado por el
recuerdo de tal aventura. Este fue el motivo de mi primera palidez y de mi
enflaquecimiento. En cuanto a la causa de haber recobrada mi buen color,
dispénsame de mencionarla.”
Cuando su hermano oyó estas
palabras, le dijo: “Por Alah te conjuro a que me cuentes la causa de haber
recobrado tus colores.” Entonces el rey Schalizaman le refirió cuanto había
visto. Y el rey Schaliriar dijo: “Ante todo, es necesario que mis ojos vean
semejante cosa.” Su hermano le respondió: “Finge que vas de caza, pera escóndete
en mis aposentos, y serás testigo del espectáculo: tus ojos lo comprobarán.”
Inmediatamente, el rey mandó que
el pregonero divulgase la orden de -marcha. Los soldados salieron con
sus tiendas fuera de la ciudad. El rey marchó también, se ocultó en su tienda y
dijo a
sus jóvenes esclavos: “¡Que nadie
entre!” Luego se disfrazó, salió a hurtadillas y se dirigió al palacio. Llegó a
los aposentos de su hermano, y se asomó a la ventana que daba al jardín. Apenas
había pasado una hora, cuando salieron las esclavas, rodeando a su señora, y
tras ellas los esclavos. E
hicieron cuanto había
contado Schahzaman.
Cuando vio estas cosas el rey
Schahriar, la razón se ausentó, de su cabeza, y dijo a su hermano: “Marchemos
para saber cuál es nuestro destino en el camino de Alah, porque nada de común
debemos tener con la realeza hasta encontrar a alguien que haya sufrido una
aventura semejante a la nuestra. Si no, la muerte sería preferible a nuestra
vida.” Su hermano le contestó lo que era apropiado, y ambos salieron por una
puerta secreta del palacio. Y no cesaron de caminar día y noche, hasta que por
fin llegaron a un árbol, en medio de una solitaria pradera, junto al mar salado.
En aquella pradera había un manantial de agua dulce. Bebieron de ella y se
sentaron a descansar.
Apenas había transcurrido una
hora del día, cuando el mar empezó a agitarse. De pronto brotó de él una negra
columna de humo, que llegó hasta el cielo y se dirigió después hacia la pradera.
Los reyes, asustados, se subieron a la cima del árbol, que era muy alto, y se
pusieron a mirar lo que tal cosa pudiera ser. Y he aquí que la columna de humo
se convirtió en un efrit de elevada estatura, poderoso de hombros y robusto de
pecho. Llevaba un arca sobre la cabeza. Puso el pie en el suelo, y se dirigió
hacia el árbol y se sentó debajo de él. Levantó entonces la tapa del arca, sacó
de ella una caja, la abrió, y apareció en seguida una encantadora joven, de
espléndida hermosura, luminosa lo mismo que el sol, como dijo el poeta:
¡Antorcha en las tinieblas,
ella aparece y es el día! ¡Ella aparece y con su luz se iluminan las auroras!
¡Los soles irradiar con su
claridad y las lunas con las sonrisas de sus ojos! ¡Que los velos de su misterio
se rasguen, e inmediatamente las criaturas se prosternan encantadas a sus pies!
¡Y ante los dulces relámpagos
de su mirada, el rocío de las lágrimas de pasion humedece todos los párpados!
Después que el efrit hubo
contemplado a. la hermosa joven, le dijo: “¡Oh soberana de las sederías! ¡Oh tú,
a quien rapté el mismo día de tu boda! Quisiera dormir un poco.” Y el efrit
colocó la cabeza en las rodillas de la joven y se durmió.
Entonces la joven levantó la
cabeza hacia la copa del árbol y vio ocultos en las ramas a los dos reyes. En
seguida apartó de sus rodillas la cabeza del efrit, la puso en el suelo, y les
dijo por señas: “Bajad, y no tengáis miedo de este efrit.” Por señas, le
respondieron: “¡Por Alah sobre ti! ¡Dispénsanos de lance tan peligroso!” Ella
les dijo: “¡Por Alah sobre vosotros! Bajad en seguida si no queréis que avise al
efrit; que os dará la peor muerte.” Entonces, asustados, bajaron hasta donde
estaba ella, la joven los tomó de las manos, se internó con ellos en el bosque y
les exigió algo que no pudieron negarle. Una vez estuvieron cumplidos sus deseos
sacó del bolsillo un saquito y del saquito un collar compuesto de quinientas
setenta sortijas con sellos, y les pregunto “¿Sabéis lo que es esto?” Ellos
contestaron: “No lo sabemos.” Entonces les explicó la joven: “Los dueños de
estos anillos hicieron lo mismo que vosotros junto a los cuernos insensibles de
este efrit. De suerte que me vais a dar vuestros anillos.” Lo hicieron así,
sacándoselos de los dedos, y ella entonces les dijo: “Sabed que este efrit me
robó la noche de mi boda; me encerró en esa caja, metió la caja en el arca, le
echó siete candados y la arrastró al fondo del mar, allí donde se combaten las
olas. Pero no sabía que cuando desea alguna cosa una mujer no hay quien la
venza.” Ya lo dijo el poeta:
¡Amigo: no te fíes de la
mujer; ríete de sus promesas! ¡Su buen o mal
humor
depende de sus caprichos!
¡Prodigan amor falso cuando la
perfidia-las llena y forma como la trama de sus vestidos!
¡Recuerda respetuosamente las
palabras de Yusuf! ¡Y no olvides que Eblis hizo que expulsaran a Adán por causa
de la mujer!
¡No te confíes, amigo! ¡Es
inútil! ¡Mañana, en aquella que creas más segura, sucederá al amor puro una
pasión loca!
Y no digas: “¡Si me enamoro,
evitaré las locuras de los enamorados!” ¡No lo digas! ¡Sería verdaderamente un
prodigio único ver salir a un hombre sano y salvo de la seducción de las
mujeres!
Los dos hermanos; al oír estas
palabras, se maravillaron hasta mas no poder, y se dijeron uno a otro: “Si éste
es un efrit, y a pesar de su poderío le han ocurrido cosas más enormes que a
nosotros, esta aventura debe consolarnos.” Inmediatamente se despidieron de la
joven y regresaron cada uno a su ciudad.
En cuanto el rey Schahriar entró en su palacio, mandó degollar a su esposa, así como a los esclavos y esclavas. Después persuadido de que no existía mujer alguna de cuya fidelidad pudiese estar seguro, resolvió desposarse cada noche con una y hacerla degollar apenas alborease el día, siguiente. Así estuvo haciendo durante tres años, y todo eran lamentos y voces de horror. Los hombres huían con las hijas que les quedaban.
En esta situación, el rey mandó al visir que, como de costumbre, le trajese una joven. El visir, por más que buscó, no pudo encontrar ninguna, y regresó muy triste a su casa, con el alma transida de miedo ante el furor del rey. Pero este visir tenía dos hijas de gran hermosura-, que poseían todos los encantos, todas las perfecciones y eran de una delicadeza exquisita. La mayor se llamaba Schathrazada, y el nombre de la menor era Doniazada.
La mayor; Schaltrazada, había leído los libros, los anales, las leyendas de los reyes antiguos y las historias de los pueblos pasados. Dicen que poseía también mil libros de crónicas referentes a los pueblos de las edades remotas, a los reyes de la antigüedad y sus poetas. Y era muy elocuente v daba gusto oírla.
Al ver a su padre, le habló así: “Por qué te veo tan cambiado, soportando un peso abrumador de pesadumbres y aflicciones?... Sabe, padre, que el poeta dice: “¡Oh tú, que te apenas, consuélate! Nada es duradero, toda alegría se desvanece y todo pesar se olvida.”
Cuando oyó estas palabras el visir; contó a su hija cuanto había ocurrido desde el principio al fin, concerniente al rey. Entonces le dijo Schahrazada: “Por Alah, padre, cásame con el rey, porque si no me mata seré la causa del rescate de las hijas de los musulmanes y podré salvarlas de entre las manos del rey.” Entonces el visir contestó: “¡Por Alah sobre ti! No te expongas nunca a tal peligro.” Pero Schahrazada repuso: “Es imprescindible que así lo haga.” Entonces le dijo su padre: “Cuidado no te ocurra lo que les ocurrió al asno y al buey con el labrador. Escucha su historia:
FÁBULA DEL ASNO, EL BUEY Y EL LABRADOR
Cierto día llegó el buey al lugar
ocupado por el asno y vio aquel sitio barrido y regado. En el pesebre había
cebada y paja bien cribadas, y el jumento estaba echado, descansando. Cuando el
amo lo montaba, era sólo para algún trayecto corto y por asunto urgente, y el
asno volvía pronto a descansar. Ese día el comerciante oyó que el buey decía al
pollino: “Come a gusto y que te sea sano, de provecho y de buena digestión. ¡Yo
estoy rendido y tú descansando, después de comer cebada bien cribada! Si el amo,
te monta alguna que otra vez, pronto vuelve a traerte. En cambio yo me reviento
arando y con el trabajo del molino.” El asno le aconsejo: “Cuando salgas al
campo y te echen el yugo, túmbate y no te menees aunque te den de palos. Y si te
levantan, vuélvete a echar otra vez. Y si entonces te vuelven al establo y te
ponen habas, no las comas, fíngete enfermo. Haz por no comer ni beber en unos
días, y de ese modo descansarás de la fatiga del trabajo.”
“Has de saber, hija mía, que hubo un comerciante dueño de grandes riquezas y de mucho ganado. Estaba casado y con hijos. Alah, el Altísimo, le dio igualmente el conocimiento de los lenguajes de los animales y el canto de los pájaros. . Habitaba este comerciante en un país fértil, a orillas de un río. En su morada había un asno y un buey.
Pero el comerciante seguía
presente, oyendo todo lo que hablaban.
Se acercó el mayoral al buey para
darle forraje y le vio comer muy poca cosa. Por la mañana, al llevarlo
al
trabajo, lo encontró enfermo.
Entonces el amo dijo al mayoral: “Coge al asno y que are todo el día en lugar
del buey.” Y el hombre unció al asno en vez del buey y le hizo arar todo el día.
Al anochecer, cuando el asno
regresó al establo, el buey le dio las gracias por sus bondades, que le habían
proporcionado el descanso de todo el día; pero el asno no le contestó. Estaba
muy arrepentido.
Al otro día el asno estuvo arando
también durante toda la jornada y regresó con el pescuezo desollado, rendido de
fatiga. El buey, al verle en tal estado, le dio las gracias de nuevo y lo colmó
de alabanzas. El asno le dijo: “Bien tranquilo estaba yo antes. Ya ves cómo me
ha perjudicado el hacer beneficio a los demás.” Y en seguida añadió: “Voy a
darte un buen consejo de todos modos. He oído decir al amo que te entregarán al
matarife si no te levantas, y harán una cubierta para la mesa con tu piel. Te lo
digo para que te salves, pues sentiría que te ocurriese algo.”
El buey, cuando oyó estas
palabras del asno, le dio las gracias nuevamente, y le dijo: “Mañana reanudaré
mi trabajo.” Y se puso a comer, se tragó todo el forraje y hasta lamio el
recipiente con su lengua.
Pero el amo les había oído
hablar. En cuanto amaneció fue con su esposa hacia el establo de los bueyes y
las vacas, y se sentaron a la puerta.Vino el mayoral y sacó al buey, que en
cuanto vio a su amo empezó a menear la cola, y a galopar en todas direcciones
como si estuviese loco. Entonces le entró tal risa al comerciante, que se cayó
de espaldas. Su mujer le preguntó: “¿De qué te ríes?” Y él dijo: “De una cosa
que he visto y oído; pero no la puedo descubrir porque me va en ello la vida.”
La mujer insistió: “Pues has de contármela, aunque te cueste morir.” Y él dijo:
“Me callo, porque temo a la muerte.” Ella repuso: “Entonces es que te ríes de
mí.” Y desde aquel día no dejó de hostigarle tenazmente, hasta que le puso en
una gran perplejidad. Entonces el comerciante mandó llamar a sus hijos, así como
al kadí y a unos testigos. Quiso hacer testamento antes de revelar el secreto a
su mujer, pues amaba a su esposa entrañablemente porque era la hija de su tío
paterno, madre de sus hijos, y había vivido con ella ciento veinte años de su
edad. Hizo llamar también a todos los parientes de su esposa y a los habitantes
del barrio y refirió a
todos lo ocurrido, diciendo que
moriría en cuanto revelase el secreto. Entonces toda la gente dijo a la mujer:
“¡Por Alah sobre ti! No te ocupes más del asunto; pues va a perecer tu marido,
el padre de tus hijos.” Pera ella replico: “Aunque le cueste la vida no le
dejaré en paz hasta que me haya dicho su secreto.” Entonces ya no le rogaron
más. El comerciante se apartó de ellos y se dirigió al estanque de la huerta
para hacer sus abluciones y volver inmediatamente a revelar su secreto y morir.
Pero había allí un gallo lleno de
vigor, capaz de dejar satisfechas a cincuenta gallinas, y junto a él hallábase
un perro. Y el comerciante oyó que el perro increpaba al gallo de este modo: “
¿No te avergüenza el estar tan alegre cuando va a morir nuestro ama?” Y el gallo
preguntó: “¿Por qué causa va a morir?”
Entonces el perro contó toda la
historia, y el gallo repuso: “¡Por Alah! Poco talento tiene nuestro amo.
Cincuenta esposas tengo yo, y a todas sé manejármelas perfectamente, regañando
a
unas y contentando a otras. ¡En
cambio, él sólo tiene una y no sabe entenderse. con ella! El medio es bien
sencillo: bastaría con cortar unas cuantas varas de morera, entrar en el camarín
de su esposa y darle hasta que sucumbiera o se arrepintiese. No volvería a
importunarle con preguntas.” Así dijo el gallo, y cuando el comerciante oyó sus
palabras se iluminó su razón, y resolvió dar una paliza a su mujer.
El visir interrumpió aquí su
relato para decir a su hija, Schahrazada: “Acaso el rey haga contigo
lo
que el comerciante con su mujer.”
Y Schahrazada preguntó: “¿Pero qué hizo?” Entonces el visir prosiguió de este
modo:
“Entró el comerciante llevando
ocultas las varas de morera, que ocababa de cortar, y llamó aparte a su esposa:
“Ven a nuestro, gabinete para que te diga mi secreto.” La mujer le siguió; el
comerciante se encerró con ella y empezó a sacudirla varazos, hasta que ella
acabó por decir: “¡Me arrepiento, me arrepiento!” Y besaba las manos y los pies
de su marido. Estaba arrepentida de veras. Salieron entonces, y la concurrencia
se alegró muchísimo, regocijándose también los parientes. Y todos vivieron muy
felices hasta la muerte.”
Dijo. Y cuando Schahrazada, hija
del visir, hubo oído este relato, insistió nuevamente en su ruego: Padre, de
todos modos quiero que hagas lo que te he pedido.” Entonces el visir, sin
replicar nada, mandó que preparasen el ajuar de su hija, y marchó a comunicar la
nueva al rey Schahrían.
Mientras tanto, Schahrazada decía
a su hermana Doniazada: “Te mandaré llamar cuando esté en el palacio, y así que
llegues y veas que el rey ha terminado de hablar conmigo, me dirás: “Hermana,
cuenta alguna historia maravillosa que nos haga pasar la noche.” Entonces yo
narraré cuentos que, si quiere Alah, serán la causa de la emancipación de las
hijas de los musulmanes.”
Fue
a
buscarla después el visir, y se
dirigió con ella hacia la morada del rey. El rey se alegró muchísimo al ver a
Schahrazada, y preguntó a su padre: “¿Es ésta lo que yo necesito?” Y el visir
dijo respetuosamente: “Sí, lo es.”
Pero cuando el rey quiso
acercarse a la joven, ésta se echó a llorar. Y el rey le dijo: “¿Qué te pasa?” Y
ella contestó: “¡Oh rey poderoso, tengo una hermanita, de la cual quisiera
despedirme!” El rey mandó buscar-a la hermana, y vino Doniazada.
Después empezaron a conversar
Doniazada dijo entonces a Schahrazada: “¡Hermana, por Alah sobre ti! cuéntanos
una historia que nos haga pasar la noche.” Y Schahrazada contestó: “De buena
gana, y como un debido homenaje, si es que me lo permite este rey tan generoso,
dotado de tan buenas maneras.” El rey, al oír estas palabras, como no tuviese
ningún sueño, se prestó de buen grado a escuchar la narración de Schahrazada.
Y Schahrazada, aquella primera
noche, empezó su relato con la historia que sigue:
PRIMERA NOCHE
HISTORIA DEL MERCADER Y EL EFRIT
Schahrazada dijo:
“He llegado a saber, ¡oh rey,
afortunado! que hubo un mercader entre los mercaderes, dueño de numerosas
riquezas y de negocios comerciales en todos los países.
Un día montó a caballo y salió
para ciertas comarcas a las cuales le llamaban sus negocios. Como el calor era
sofocante, se sentó debajo de un árbol, y echando mano al saco de provisiones,
sacó unos dátiles, y cuando los hubo comido tiró a lo lejos los huesos. Pero de
pronto se le apareció un efrit de enorme estatura que, blandiendo una espada,
llegó hasta el mercader y le dijo: “Levántate para que yo te mate como has
matado a mi hijo.” El mercader repuso: “Pero ¿cómo he matado yo a tu hijo?” Y
contestó el efrit: “Al arrojar los huesos, dieron en el pecho a mi hilo y lo
mataron.” Entonces dijo el mercader: “Considera ¡oh gran efrit! que no puedo
mentir, siendo, como soy, un creyente. Tengo muchas riquezas, tengo hijos y
esposa, y además guardo en mi casa depósitos que me confiaron. Permiteme volver
para repartir lo de cada uno, y te vendré a buscar en cuanto lo haga. Tienes mi
promesa y mi juramento de que volveré en seguida a tu lado. Y tú entonces harás
de mí lo que quieras. Alah es fiador de mis palabras.”
El efrit, teniendo confianza en
él, dejó partir al mercader.
Y el mercader volvió a su tierra,
arregló sus asuntos, y dio a cada cual lo que le correspondía. Después contó a
su mujer y a sus hijos lo que le había ocurrido, y se echaron todos a llorar:
los parientes, las mujeres, los hijos. Después el mercader hizo testamento y
estuvo coa su familia hasta el fin del año. Al llegar este término se resolvió a
partir, y tomando su sudario bajo el brazo, dijo adiós
a
sus parientes y vecinos y se fue
muy contra su gusto. Los suyos se lamentaban, dando grandes gritos de dolor.
En cuanto al mercader, siguió su
camino hasta que llegó al jardín en cuestión, y el día en que llegó era el
primer día del año nuevo. Y mientras estaba sentado, llorando su
desgracia, he aquí que un jeique se dirigió hacia él, llevando una gacela
encadenada. Saludó al mercader, le deseó una vida próspera, y le dijo: “¿Por qué
razón estás parado y solo en este lugar tan frecuentado por los efrits?”
Entonces le contó el mercader lo
que le había ocurrido con el efrit y la causa de haberse detenido en aquel
sitio. Y el jeique dueño de la gacela se asombró grandemente, y dijo: “¡Por Alah!
¡oh hermano! tu fe es una gran fe, y tu historia es tan prodigiosa, que si se
escribiera con una aguja en el ángulo interior de un ojo, sería motivo de
reflexión para el que sabe reflexionar respetuosamente.” Después, sentándose a
su lado, prosiguió: “¡Por Alah! ¡oh mi hermano! no te dejaré hasta que veamos lo
que te ocurre con el efrit.” Y allí se quedó, efectivamente, conversando con él,
y
hasta pudo ayudarle cuando se
desmayó de terror, presa de una aflicción muy honda y de crueles pensamientos.
Seguía allí el dueño de la gacela, cuando llegó un segundo jeique, que se
dirigió a ellos con dos lebreles negros. Se acercó, les deseó la paz y les
preguntó la causa de haberse parado en aquel lugar frecuentado por los efrits.
Entonces ellos le refirieron la historia desde el principio hasta el fin. Y
apenas se había sentado, cuando un tercer jeique se dirigió hacia ellos,
llevando una mula de color de estornino. Les deseó la paz y les preguntó por qué
estaban sentados en aquel sitio. Y los otros le contaron la historia desde el
principio hasta el fin. Pero no es de ninguna utilidad el repetirla.
A todo esto, se levantó un
violento torbellino de polvo en el centro de aquella pradera. Descargó una
tormenta, se disipó después el polvo y apareció el efrit con un alfanje muy
afilado en una mano y brotándole chispas de los ojos. Se acercó al grupo, y dijo
cogiendo al mercader: “Ven para que yo te mate como mataste a aquel hijo mío,
que era el aliento de mi vida y el fuego de mi corazón.” Entonces se echó a
llorar el mercader, y los tres jeiques empezaron también a llorar, a. gemir y a
suspirar.
Pero el primero de ellos, el
dueño de la gacela, acabó por tomar ánimos, y besando la mano del efrit, le
dijo: “¡Oh
efrit, jefe de los efrits y de su
corona! Si te cuento lo que me ocurrió con esta gacela y te maravilla mi
historia, ¿me recompensarás con el tercio de la sangre de este mercader?” Y el
éfrit dijo: “Verdaderamente que sí, venerable jeique. Si me cuentas la historia
y yo
la encuentro extraordinaria, te
concederé el tercio de esa sangre.”
CUENTO DEL
PRIMER JEIQUE
El
primer jeique dijo:
“Sabe, ¡oh gran efrit! que esta
gacela era la hija de mi tío, carne de nu carne y sangre de mi sangre. Cuando
esta mujer era todavía muy joven, nos casamos, y vivimos juntos cerca de treinta
años. Pero Alah no me concedió tener de ella ningún hijo. Por esto tomé una
concubina, qué, gracias a Alah, me dio un hijo varón, más hermoso que
la
luna cuando sale. Tenía unos ojos
magníficos, sus cejas se juntaban y sus miembros eran perfectos. Creció poco a
poco; hasta llegar a los quince
años. En aquella época
tuve que marchar a una población lejana, donde reclamaba mi presencia un gran
negocio de comercio.
La hija de mi tío, o sea esta
gacela, estaba iniciada desde su infancia en la brujería
y
el arte de los encantamientos.
Con la ciencia de su magia transformó a mi hijo en ternerillo, y a su madre, la
esclava, en una vaca, y los entregó al mayoral de nuestro ganado. Después de
bastante tiempo, regresé del viaje; pregunté por mi hijo y por mi esclava, y
la
hija de mi tío me dijo: “Tu
esclava ha muerto, y tu hijo se escapó y no sabemos de él.” Entonces, durante un
año estuve bajo el peso de la aflicción de mi corazón y el llanto de mis ojos.
Llegada la fiesta anual del día
de los Sacrificios, ordené al mayoral que me reservara una de las mejores vacas,
y me trajo la más gorda de todas, que era mi esclava, encantada por esta gacela.
Remangado mi brazo, levanté los faldones de la túnica, y ya me disponía al
sacrificio, cuchillo en mano, cuando de pronta la vaca prorrumpió en lamentos y
derramaba lágrimas abundantes. Entonces me detuve, y la entregué al mayoral para
que la sacrificase; pero al desollarla no se le encontró ni carne ni grasa, pues
sólo tenía los huesos y el pellejo. Me arrepentí de haberla matado, pero ¿de qué
servía ya él arrepentimiento? Se la di al
mayoral,
y le dije: “Tráeme un becerro
bien gordo.” Y me trajo a mi hijo convertido en ternero.
Cuando el ternero me vio, rompió
la cuerda, se me acercó corriendo, y se revolcó a mis pies, pero ¡con qué
lamentos! ¡con qué llantos! Entonces tuve piedad de él, y le dije al mayoral:
“Tráeme otra vaca, y deja con vida este ternero.”
En este punto de su narración, vio Scháhrazada que iba a amanecer, y se calló discretamente, sin aprovecharse más del permiso. Entonces su hermana Doniazada le dijo: “¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y cuán sabrosas son tus palabras llenas de delicia!” Schahrazada contestó: “Pues nada son comparadas con lo que os podría contar la noche próxima, si vivo todavía y el rey quiere conservarme.” Y el rey dijo para sí: “¡Por Alah! No la mataré hasta que haya oído la continuación de su historia.”
En este punto de su narración, vio Scháhrazada que iba a amanecer, y se calló discretamente, sin aprovecharse más del permiso. Entonces su hermana Doniazada le dijo: “¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y cuán sabrosas son tus palabras llenas de delicia!” Schahrazada contestó: “Pues nada son comparadas con lo que os podría contar la noche próxima, si vivo todavía y el rey quiere conservarme.” Y el rey dijo para sí: “¡Por Alah! No la mataré hasta que haya oído la continuación de su historia.”
Luego marchó el rey
a
presidir su tribunal. Y vio
llegar al visir, que llevaba debajo del brazo un sudario para Schahrazada, a la
cual creía muerta. Pero nada le dijo de esto el rey, y siguió administrando
justicia, designando a unos para los empleos, destituyendo a otros, hasta que
acabó el día. Y el visir se fue perplejo, en el colmo del asombro,
al
saber que su hija vivía. Cuando hubo terminado el diván,
el rey Schalhriar volvió a su palacio.
Y CUANDO LLEGÓ LA SEGUNDA NOCHE
Doniazada dijo a su hermana
Schahrazada:- “¡Oh hermana mía! Te ruego que acabes la historia del mercader y
el efrit “ Y Schahrazada respondió: “De todo corazón y como debido homenaje,
siempre que el rey me lo permita.” Y el rey ordenó: “Puedes hablar.”
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey
afortunado, dotado de ideas justas y rectas! que cuando el mercader vio llorar
al ternero, se enterneció su corazón, y dijo al mayoral: “Deja ese ternero con
el ganado.”
Y a todo esto, el efrit se
asombraba prodigiosamente de esta historia asombrosa. Y el jeique dueño de la
gacela prosiguió de este modo:
“¡Oh señor de los reyes de los
efrits! todo esto aconteció. La hija de mi tío, esta gacela, hallábase allí
mirando, y decía: “Debemos sacrificar ese ternero tan gordo.” Pero yo, por
lástima, no podía decidirme, y mandé al mayoral que de nuevo se lo llevara,
obedeciéndome él.
El segundo día, estaba yo
sentado, cuando se me acercó el pastor y me dijo:. “¡Oh amo mío! Voy a enterarte
de algo que te alegrará. Esta buena nueva bien merece una gratificación.” Y yo
le contesté: “Cuenta con ella.” Y me dijo: “¡Oh mercader ilustre! Mi hija es
bruja, pues aprendió la brujería de una vieja que vivía con nosotros. Ayer,
cuando me diste el ternero, entré con él en la habitación de mi hija, y ella,
apenas lo vio, cubrióse con el velo la cara, echándose a llorar, y después a
reir. Luego me dijo: “Padre, ¿tan poco valgo para ti que dejas entrar
hombres
en mi aposento?” Yo repuse: “Pero
¿dónde están esos hombres? ¿Y por qué lloras y ríes así?” Y ella me dijo: “El
ternero que traes contigo es hijo de nuestro amo el mercader, pero está
encantado. Y es su madrastra la que lo ha encantado, y a su madre con él. Me he
reído al verle bajo esa forma de becerro. Y si he llorado es a causa de la madre
del becerro, que fue sacrificada por el padre.” Estas palabras de mi hija,
me sorprendieron mucho, y aguardé con impaciencia que volviese la mañana para
venir a enterarte de todo.”
Cuando oí, ¡oh poderoso efrit!
prosiguió el jeique lo que me decía el mayoral, salí con él a toda prisa, y sin
haber bebido vino creíame embriagado por el inmenso júbilo y por la gran
felicidad que sentía al recobrar a mi hijo. Cuando llegué a casa del mayoral, la
joven me deseó la paz y me besó la mano, y luego se me acercó el ternero,
revolcándose a mis pies. Pregunté entonces a la hija del mayoral: “¿Es cierto lo
que afirmas de este ternero?” Y ella dijo: “Cierto, sin duda alguna. Es tu hijo,
la llama de tu corazón.” Y le supliqué: “¡Oh gentil y caritativa joven! si
desencantas a mi hijo, te daré cuantos ganados y fincas tengo al cuidado de tu
padre.” Sonrió al oir estas palabras, y me dijo: “Sólo aceptaré la riqueza con
dos condiciones: la primera„ que me casaré con tu hijo, y la segunda, que me
dejarás encantar y aprisionar a quien yo desee. De lo contrario, no respondo de
mi eficacia contra las perfidias de tu mujer.
Cuando yo oí, ¡oh poderoso efrit!
las palabras de la hija del mayoral, le dije: “Sea, y por añadidura tendrás las
riquezas que tu padre me administra. En cuanto a la hija de mi tío, te permito
que dispongas de su sangre.”
Apenas escuchó ella mis palabras,
cogió una cacerola de cobre, llenándola de agua y pronunciando sus conjuros
mágicos. Después roció con el líquido al ternero, y le dijo:' “Si Alah te creó
ternero, sigue ternero, sin cambiar de forma; pero si estás encantado recobra tu
figura primera con el permiso de Alah el Altísimo.”
E
inmediatamente el ternero empezó
a agitarse, y volvió a adquirir la forma humana. Entonces, arrojándome en sus
brazos, le besé. Y luego le dije: “¡Por Alah sobre ti! Cuéntame lo que la hija
de mi tío hizo contigo y con tu madre.” Y me contó cuanto les había ocurrido. Y
yo dije entonces: “¡Ah, hijo mío! Alah, dueño de los destinos; reservaba a
alguien para salvarte y salvar tus derechos.”
Después de esto, ¡oh buen efrit!
casé a mi hijo con la hija del mayoral. Y ella, merced a su ciencia de brujería,
encantó a la hija de mi tío, transformándola en esta gacela que tú ves. Al pasar
por aquí encontréme con estas buenas gentes, les pregunté qué hacían, y por
ellas supe lo ocurrido a este
mercader, y hube de
sentarme para ver lo que pudiese sobrevenir. Y esta es mi historia.”
Entonces exclamó el efrit:
“Historia realmente muy asombrosa. Por eso te concedo como gracia el tercio de
la
sangre que pides.”
En este momento se acercó el
segundo jeique, el de los lebreles negros, y dijo:
CUENTO DEL SEGUNDO JEIQUE
“Sabe, ¡oh señor de los reyes de
los efrits! que éstos dos perros son mis hermanos. mayores y yo soy
el tercero. Al morir nuestro padre nos dejó en herencia tres mil dinares. Yo,
con mi parte, abrí una tienda y me puse a vender y comprar. Uno de mis hermanos,
comerciante también, se dedicó a viajar con las caravanas, y estuvo ausente un
año. Cuando regresó no le quedaba nada de su herencia. Entonces le dije: “¡Oh
hermano mío! ¿no te había aconsejado que no viajaras?” Y echándose a llorar, me
contestó: “Hermano, Alah, que es grande y poderoso, lo dispuso así. No pueden
serme de provecho ya tus palabras, puesto que nada tengo ahora.” Le lleve
conmigo a la tienda, lo acompañé luego al hammam y le regalé un magnífico traje
de la mejor clase.
Después nos sentamos a comer, y
le dije: “Hermano, voy a hacer la cuenta de lo que produce mi tienda en un año,
sin tocar al capital, y nos partiremos las ganancias.” Y, efectivamente, hice la
cuenta, y hallé un beneficio anual de mil dinares: Entonces di gracias a Alah,
que es poderoso y grande, y dividí la ganancia luego entre mi hermano y yo. Y
así vivimos juntos días y días.
Poco tiempo después quiso viajar
también mi segundo hermano. Hicimos cuanto nos fue posible para que desistiese
de su proyecto, pero todo fue inútil,
y
al cabo de un año volvió en la
misma situación que el hermano mayor.
Le di otros mil dinares que tuve
de ganancia durante el periodo de su ausencia, abrió una tienda nueva continuó
el ejercicio de su profesión.
Sin que les sirviese de
escarmiento lo que les había sucedido, de nuevo mis hermanos desearon marcharse
y pretendían que yo les acompañase. No acepté, y les dije: “¿Qué habéis ganado
con viajar, para que así pueda yo tentarme de imitaros?” Entonces empezaron a
dirigirme reconvenciones, pero sin ningún fruto, pues no les hice caso, y
seguimos comerciando en nuestras tiendas otro año. Otra vez volvieron a
proponerme el viaje, oponiéndome yo también, y, así pasaron seis años más. Al
fin acabaron por convencerme, y les dije: “Hermanos, contemos el dinero que
tenemos.” Contamos, y dimos con un total de seis mil dinares. Entonces les dije:
“Enterremos la mitad para poderla utilizar si nos ocurriese una desgracia, y
tomemos mil dinares cada uno para comerciar al por menor.” `Y contestaron:
“¡Alah, favorezca la idea!” Cogí el dinero y lo dividí en dos partes iguales;
enterré tres mil dinares y los otros tres mil los repartí juiciosamente entre
nosotros tres. Después compramos varias mercaderías, fletamos un barco, llevamos
a él todos nuestros efectos, y partimos. Duró un mes entero el viaje, y llegamos
a una ciudad, donde vendimos las mercancías con unta ganancia de diez dinares
por dinar. Luego abandonamos la plaza.
Al llegar a orillas del mar
encontramos a una mujer pobremente vestida, con ropas viejas y raídas. Se me
acercó, me besó la mano, y me dijo: “Señor, ¿me puedes socorrer? ¿Quieres
favorecerme? Yo, en cambio, sabré agradecer tus bondades.” Y le dije: “Te
socorreré, mas no te creas obligada a la gratitud.” Y ella me respondió: “Señor,
entonces cásate conmigo, llévame a tu país y te consagraré mi alma. Favoréceme,
que yo soy de las que saben el valor de un beneficios No te avergüences de mi
humilde condición.” Al decir estas palabras, sentí piedad hacia ella, pues nada
hay que no se haga mediante la voluntad de Alah, que es grande y poderoso. Me la
llevé, la vestí con ricos trajes, hice tender magníficas alfombras en el barco
para ella y le dispensé una hospitáalaria acogida llena de cordialidad. Después
zarpamos.
Mi corazón llegó a amarla con un
gran amor, y no la abandoné ni de día ni de noche. Y como de los tres hermanos
era yo el único que podía gozarla, estos hermanos míos, sintieron celos, además
de envidiarme por mis riquezas y por la calidad de mis mercaderías. Dirigían
ávidas miradas sobre cuanto poseía yo, y se concertaron para matarme y
repartirse mi dinero, porque el Cheitán sin duda les hizo ver su mala acción con
los más bellos colores.
Un día, cuándo estaba yo
durmiendo con mi esposa, llegaron hasta nosotros y nos cogieron, echándonos al
mar. Mi esposa se despertó en el agua, y de súbito cambió de forma,
convirtiéndose en efrita. Me tomó sobre sus hombros y me depositó sobre una
isla. Después desapareció durante toda la noche, regresando al amanecer, y me
dijo: “¿No reconoces. a tu esposa?” Te he salvado de la muerte con
ayuda del Altísimo. Porque has de saber que yo soy una efrita. Y desde el
instante en que te vi, te amó mi corazón, simplemente porque Alah lo ha querido,
y yo soy una creyente de Alah y en su Profeta, al cual Alah bendiga y persevere.
Cuando yo me he acercado a ti en la pobre condición en que me hallaba, tú te
aviniste de todos modos a casarte conmigo. Y yo, en justa gratitud, he impedido
que perezcas ahogado. “En cuanto a tus hermanos, siento el mayor furor contra
ellos y es preciso que los mate.”
Asombrado de sus palabras, le di
las gracias por su acción, y le dije: “No puedo consentir la perdida de mis
hermanos.” Luego le conté todo lo ocurrido con ellos, desde el principio hasta
el fin, y me dijo entonces: “Esta noche volaré hacia la nave que los conduce, y
la haré zozobrar para que sucumban.” Yo repliqué: “¡Por Alah sobre tal No hagas
eso, recuerda que el Maestro de los Proverbios dice: “¡Oh tú, compasivo del
delincuente! Piensa que para el criminal es bastante castigo su mismo crimen, y
además, considera que son mis hermanos.” Pero ella insistió: :Tengo que matarlos
sin remedio.” Y en vano imploré su indulgencia, Después se echó a volar
llevándome en sus hombros, y me dejó en la azotea de mi casa.
Abrí entonces las puertas y saqué
los tres mil dinares del escondrijo. Luego abrí mi tienda, y después de hacer
las visitas necesarias y los saludos de costumbre, compré nuevos géneros.
Llegada la noche, cerré la
tienda, y al entrar en mis habitaciones encontré estos dos lebreles que estaban
atados en un rincón. Al verme se levantaron, rompieron
a
llorar y se agarraron a mis
ropas. Entonces acudió mi mujer, y me dijo: “Son tus hermanos. “Y yo le dije:
“¿Quién los ha puesto en esta forma?” Y ella contestó: “Yo misma. He rogado a mi
hermana, más versada que yo en artes de encantamiento, que los pusiera en ese
estado. Diez años permanecerán así”.
Por eso, ¡oh efrit poderoso! me
ves aquí, pues voy en basca de mi cuñada, a la que deseo suplicar los
desencante, porque van ya transcurridos los diez años. Al llegar me encontré con
este buen hombre, y cuando supe su aventura, no quise marcharme hasta averiguar
lo que sobreviniese entre tú y
él. Y este es mi cuento.”
El efrit dijo: “Es realmente un
cuento asombroso, por lo que te concedo otro tercio de la sangre destinada a
rescatar el crimen.”
Entonces se adelantó el tercer
jeique, dueño de la mula, y dijo al efrit: “Te contaré una historia más
maravillosa que las de estos dos. Y tú me recompensarás con el resto de la
sangre.” El efrit contestó: “Que así sea.”
Y el tercer jeique dijo:
CUENTO DEL TERCER JEIQUE
“¡Oh sultán, jefe de los efrits!
Esta mula que ves aquí era mi esposa. Una vez salí de viaje y estuve ausente
todo un año. Terminados mis negocios, volví de noche, y al entrar en el cuarto
de mi mujer, la encontré con un esclavo negro, estaban conversando, y se
besaban, haciéndose zalamerías. Al verme, ella se levantó, súbitamente y se
abalanzó a mí con una vasija de agua en la mano; murmuró algunas palabras luego,
y me dijo arrojándome el agua: “¡Sal de tu propia forma y reviste la de un
perro!” Inmediatamente me convertí en perro, y mi esposa me echó de casa. Anduve
vagando, hasta llegar a una carnicería, donde me puse a roer huesos. Al verme el
carnicero, me cogió y me llevó con él.
Apenas penetramos en el cuarto de
su hija, ésta se cubrió con el velo y recriminó a su padre: “¿Te parece bien lo
que has hecho? Traes a un hombre y lo entras en mi habitación.” Y repuso el
padre: “¿Pero dónde está ese hombre?” Ella contestó: “Ese perro es un hombre, Lo
ha encantado una mujer; pero yo soy capaz de desencantarlo.” Y su padre le dijo:
“¡Por Alah sobre ti! Devuélvele su forma, hija mía.” Ella cogió una vasija con
agua, y después de murmurar un conjuro, me echó unas gotas y dijo: “.¡Sal de esa
forma y recobra la primitiva!” , Entonces volví a mi forma humana, besé la mano
de la joven, y le dije: “Quisiera que encantases a mi mujer como ella me
encantó.” Me dio entonces un frasco con agua, y me dijo: “Si encuentras dormida
a tu mujer, rocíala con esta agua y se convertirá en lo que quieras.”
Efectivamente, la encontré dormida, le eché el agua, y dije: “¡Sal de esa forma
y toma la de una mula!” Y al instante se transformó en una mula, es la misma que
aquí ves, sultán de reyes de los efrits.”
El efrit se volvió entonces hacia
la mula, y le dijo: “¿Es verdad todo eso?” Y la mula movió la cabeza como
afirmando: “Sí, sí; todo es verdad.”
Esta historia consiguió
satisfacer al efrit, que, lleno de emoción y de placer, hizo gracia al anciano
del último tercio de la sangre.
En aquel momento Schahrazada vio
aparecer la mañana, y discretamente dejó de hablar, sin aprovecharse más del
permiso. Entonces su hermana Doniazada dijo: “¡Ah, hermana mía! ¡Cuán dulces,
cuán amables y cuán deliciosas son en su frescura tus palabras!” Y Schahrazada
contestó: “Nada es eso comparado con lo que te contaré la noche próxima, si vivo
aún y el rey quiere conservarme.” Y el rey se dijo: “¡Por Alah! no la mataré
hasta que le haya oído la continuación de su relato, que es asombroso.”
Entonces el rey marchó a la sala
de justicia. Entraron el visir y los oficiales y se llenó el diván de gente. Y
el rey juzgó, nombró, destituyó, despachó sus asuntos y dio órdenes hasta el fin
del día. Luego se levantó el diván y el rey volvió a palacio.
Y CUANDO LLEGÓ
LA
TERCERA NOCHE
Daniazada dijo: “Hermana mía, te
suplico que termines tu relato.” Y Schahrazada contestó: “Con toda la
generosidad y simpatía de mi corazón.” Y prosiguió después:
He llegado a saber, ¡oh rey
afortunado! que, cuando el tercer jeique contó al efrit el más asombroso de los
tres cuentos, el efrit se maravilló mucho, y emocionado y placentero, dijo:
“Concedo el resto de la sangre por que había de redimirse el crímen, y dejo en
libertad al mercader.”
Entonces el mercader,
contentísimo, salió al encuentro de los jeiques y les dio miles de gracias.
Ellos, a su vez, le felicitaron por el indulto. Y cada cual regresó a su país.
“Pero -añadió Schahrazada- es más
asombrosa la historia del pescador.”
Y el rey dijo a Schahrazada:
“¿Qué historia del pescador es esa?”
Y Shahrazada dijo:
HISTORIA DEL PESCADOR Y DEL EFRIT
“He llegado a saber, ¡oh rey
afortunado! que había un pescador,
hombre
de edad avanzada, casado, con
tres hijos y muy pobre.
Tenía por costumbre echar las
redes sólo cuatro veces al día y nada más Un día entre los días, a las doce de
la mañana, fue a orillas del mar, dejó en el suelo la cesta, echó la red, y
estuvo esperando hasta que llegara al fondo. Entonces juntó las cuerdas y notó
que la red pesaba mucho y no podía con ella. Llevó el cabo a tierra y lo ató a
un poste. Después se desnudó y entró en el mar, maniobrando en torno de la red,
y no paró hasta que la hubo sacado. Vistióse entonces muy alegre y acercándose a
la red, encontró un borrico muerto. Al verlo, exclamó desconsolado: “¡Todo el
poder y la fuerza están en Alah, el Altísimo y el Omnipotente!” Luego dijo: “En
verdad que este donativo de Alah es asombroso.” Y recitó los siguientes versos:
¡Oh buzo, que giras ciegamente
en las tinieblas de la noche y de la perdición! -¡Abandona esos penosos
trabajos; la fortuna no gusta del movimiento!
Sacó la red, exprimiéndola el
agua, y cuando hubo acabado de exprimirla, la tendió de nuevo. Después,
internándose en el agua, exclamó: “¡En el nombre de Alah!” Y arrojó la red de
nuevo, aguardando que llegara al fondo. Quiso entonces sacarla, pero notó que
pesaba mas que antes y que estaba más adherida, por lo, cual la creyó repleta de
una buena pesca; y arrojándose otra vez al agua, la sacó al fin con gran
trabajo, llevándola a la orilla, y encontró una tinaja enorme, llena de arena y
de barro. Al verla, se lamentó mucho y recitó estos versos:
¡Cesad, vicisitudes de la
suerte, y apiadaos de los hombres!
¡Qué tristeza! ¡Sobre la
tierra ninguna, recompensa es igual al mérito ni digna del esfuerzo
realizado por alcanzarla!
¡Salgo de casa a veces para
buscar candorosamente la fortuna; y me enteran de que la fortuna hace mucho
tiempo que murió!
¿Es así, ¡oh fortuna! como
dejas, a los sabios en la sombra, para que los necios gobiernen el mundo?
Y luego, arrojando la tinaja
lejos de él, pidió perdón a Alah por su momento de rebeldía y lanzó la red por
vez tercera, y al sacarla la encontró llena de trozos de cacharros y vidrios. Al
ver esto, recitó todavía unos versos de un poeta:
¡Oh poeta! ¡Nunca soplará
hacia ti el viento de la fortuna! ¿Ignoras,
hombre
ingenuo, que ni tu pluma de caña
ni las líneas armoniosas de la escritura han de enriquecerte jamás?
Y alzando la frente al cielo;
exclamó: “¡Alah! ¡Tú sabes que yo no echo la red mas que cuatro veces por día, y
ya van tres!” Después invocó nuevamente el nombre de Alah y lanzó la red,
aguardando que tocase el fondo. Esta vez, a pesar de todos sus esfuerzos,
tampoco conseguía sacarla, pues a cada tirón se enganchaba más en las rocas del
fondo. Entonces dijo: “¡No hay fuerza ni poder mas que en Alah!” Se desnudó,
metiéndose en el agua y maniobrando alrededor de la red, hasta que la desprendió
y la llevó a tierra. Al abrirla encontró un enorme jarrón de cobre dorado, lleno
e intacto. La boca estaba cerrada con un plomo que ostentaba el sello de nuestro
Señor Soleimán, hijo de Daud. El pescador se puso muy alegre al verlo, y se
dijo: “He aquí un objeto que venderé en el zoco de los caldereros, porque bien
vale sus diez dinares de oro.” Intentó mover el jarrón, pero hallándolo muy
pesado, se dijo para sí: “Tengo que abrirlo sin remedio; meteré en el saco lo
que contenga y luego lo venderé en el zoco de los caldereros.” Sacó el cuchillo
y empezó a maniobrar, hasta que levantó el plomo. Entonces sacudió el jarrón,
queriendo inclinarlo para verter el contenido en el suelo. Pero nada salió del
vaso, aparte de una humareda que subió hasta lo azul del cielo y se extendió por
la superficie de la tierra. Y el pescador no volvía de su asombro. Una vez que
hubo salido todo el humo, comenzó a condensarse en torbellinos,
y
al fin se convirtió en un efrit
cuya frente llegaba a las nubes, mientras sus pies se hundían en el polvo. La
cabeza del efrit era como una cúpula; sus manos semejaban rastrillos; sus
piernas eran mástiles; su boca, una caverna; sus dientes, piedras; su nariz, una
alcarraza; sus ojos, dos antorchas, y su cabellera aparecía revuelta y
empolvada. Al ver a este efrit, el pescador quedó mudo de espanto, temblándole
las carnes, encajados los dientes, la boca seca, y los ojos se le cegaron a la
luz.
Cuando vio al pescador, el efrit
dijo: “¡No hay más Dios que Alah, y Soleimán es el profeta de Alah!” Y
dirigiéndose hacia el pescador, prosiguió de este modo: “¡Oh tú, gran Soleimán,
profeta de Alah, no me mates; te obedeceré siempre, y nunca me rebelaré contra
tus mandatos.” Entonces exclamó el pescador: “¡Oh gigante audaz y rebelde, tú te
atreves a decir que Soleimán es el profeta de Alah! Soleimán murió hace mil
ochocientos años; y nosotros estamos al fin de los tiempos. Pero ¿qué historia
vienes a contarme? ¿Cuál es el motivo de que estuvieras en este jarrón?”
Entonces el efrit dijo: “No hay
más Dios que Alah. Pero permite, ¡oh pescador! que te anuncie una buena
noticia.” Y el pescador repuso: “¿Qué noticia es esa?” Y contestó el efrit: “Tu
muerte. Vas a morir ahora mismo, y de la manera más terrible.” Y replicó el
pescador: “¡Oh jefe de los efrits! ¡mereces por esa noticia- que el
cielo te retire su ayuda! ¡Pueda él alejarte de nosotros! Pero ¿por qué deseas
mi muerte? ¿qué hice para merecerla? Te he sacado de esa vasija, te he salvado
de una larga permanencia en el mar, y te he traído a la tierra.” Entonces el
efrit dijo: “Piensa y elige la especie de muerte que prefieras; morirás del modo
que gustes.” Y el pescador dijo: “¿Cuál es mi crimen para merecer tal castigo?”
Y respondió el efrit: “Oye mi historia, pescador.” Y el pescador dijo: “Habla y
abrevia tu relato, porque de impaciente que se halla mi alma se me está saliendo
por el pie.” Y dijo el efrit:
“Sabe que yo soy un efrit
rebelde. Me rebelé contra Soleimán, hijo de Daud. Mi nombre es Sakhr ElGenni. Y
Soleimán envió hacia mí a su visir Assef, hijo de Barkhia, que me cogió a pesar
de mi resistencia, y me llevó a manos de Soleimán. Y mi nariz en aquel momento
se puso bien humilde. Al verme, Soleimán hizo su conjuro a Alah y me mandó que
abrazase su religión y me sometiese a su obediencia. Pero yo me negué. Entonces
mandó traer ese jarrón, me aprisionó en él y lo selló con plomo, imprimiendo el
nombre del Altísimo. Después ordenó a los efrits fieles que me llevaran en
hombros y me arrojasen en medio del mar. Permanecí cien años en el fondo del
agua, y decía de todo corazón: “Enriqueceré eternamente al que logre
libertarme.” Pero pasaron los cien años y nadie me libertó. Durante los otros
cien años me decía: “Descubriré y daré los tesoros de la tierra a quien me,
liberte.” Pero nadie me libró. Y pasaren. cuatrocientos años, y me
dije: “Concederé tres cosas a quien me liberte.” Y nadie me libró tampoco.
Entonces, terriblemente encolerizado, dije con toda el alma: “Ahora mataré a
quien me libre, pero le dejaré antes elegir, concediéndole la clase de muerte
que prefiera.” Entonces tú, ¡oh pescador! viniste a librarme, y por eso te
permito que escojas la clase de muerte.”
El pescador, al oír estas
palabras del efrit; dijo: “¡Por Alah que la oportunidad es prodigiosa! ¡Y había
de ser yo quien te libertase! ¡Indúltame, efrit, que Alah te recompensará! En
cambio, si me matas, buscará quien te haga perecer.” Entonces el efrit le dijo:
“¡Pero si yo quiero matarte es precisamente porque me has libertado!” Y el
pescador le contestó: “¡Oh jeique de los efrits, así es como devuelves el mal
por el bien! ¡A fe que no miente el proverbio!” Y recitó estos versos:
¿Quieres probar la amargura de
las cosas? ¡Sé bueno y servicial!
¡Los malvados desconocen la
gratitud!
¡Pruébalo, si quieres, y tu
suerte será la de la pobre Magir, madre de Amer!
Pero el efrit le dijo: “Ya hemos
hablado bastante. Sabe que sin remedio te he de matar.” Entonces pensó el
pescador: “Yo no soy mas que un hombre y él un efrit; pero Alah me ha dado una
razón bien despierta. Acudiré a una astucia para perderlo. Veré hasta dónde
llega su malicia.” Y entonces dijo al efrit: “¿Has decidido realmente mi
muerte?” Y el efrit contestó: “No lo dudes.” Entonces dijo: “Por el nombre del
Altísimo, que está grabado en el sello de Soleimán, te conjuro a que respondas
con verdad a mi pregunta.” Cuando el efrit oyó el nombre del Altísimo, respondió
muy conmovido: “Pregunta, que yo contestaré la verdad. Entonces dijo el
pescador: “¿Cómo has podido entrar por entero en este jarrón donde apenas cabe
tu pie o tu mano?” El efrit dijo: “¿Dudas acaso de ello?” El pescador respondió:
“Efectivamente, no lo creeré jamás mientras no vea con mis propios ojos que te
metes en él.”
En este momento de su narración,
Schahrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÓ LA CUARTA NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey
afortunado! que cuando el pescador dijo al efrit que no le creería como no lo
viese con sus propios ojos, el efrit comenzó a agitarse; convirtiéndose
nuevamente en humareda que subía hasta el firmamento. Después se condensó, y
empezó a entrar en el jarrón poco a poco, hasta el fin. Entonces el pescador
cogió rápidamente la tapadera de plomo, con el sello de Soleimán, y obstruyó la
boca del jarrón. Después, llamando al efrit, le dijo: “Elige y piensa la clase
de muerte que más te convenga; si no, te echaré al mar, y me haré una casa junto
a la orilla, e impediré a todo el mundo que pesque, diciendo: “Allí hay un efrit,
y si lo libran quiere matar a los que le liberten.” Luego enumeró todas las
variedades de muertes para facilitar la elección. Al oirle, el efrit intentó
salir, pero no pudo, y vio que estaba, encarcelado y tenía encima el sello de
Soleimán, convenciéndose entonces de que el pescador le había encerrado en un
calabozo contra el cual no pueden prevalecer ni los más débiles ni los más
fuertes de los efrits. Y comprendiendo que el pescador le llevaría hacia el mar,
suplicó: “¡No me lleves! ¡no me lleves!” Y el pescador dijo: “No hay remedio.”
Entonces, dulcificando su lenguaje, exclamó el efrit: “¡Ah pescador! ¿Qué vas a
hacer conmigo?” El otro dijo: “Echarte al mar, que si has estado en él mil
ochocientos años, no saldrás esta vez hasta el día del Juicio. ¿No te rogué yo
que me dejaras la vida para que Alah te la conservase a ti y no me mataras para
que Alah no te matase? Obrando infamemente rechazaste mi plegaria. Por eso Alah
te ha puesto en mis manos, y no me remuerde el haberte engañado.” Entonces dijo
el efrit: “Abreme el jarrón y te colmaré de beneficias.” El pescador respondió:
“Mientes, ¡oh maldito! Entre tú y yo pasa exactamente lo, que ocurrió entre el
visir del rey Yunán y el médico Ruyán.”
Y el efrit dijo: “¿Quiénes eran
el visir del rey Yunán y el médico Ruyán?... ¿Qué historia es esa?”
HISTORIA DEL VISIR DEL REY YUNÁN Y DEL MEDICO RUYÁN
El pescador dijo:
“Sabrás, ¡oh efrit! que en la
antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo en la ciudad de Fars, en
el país de los ruman, un rey llamado Yunán. Era rico y poderoso, señor de
ejércitos, dueño de fuerzas considerables y de aliados de todas las especies de
hombres. Pero su cuerpo padecía una lepra que desesperaba a los médicos y a los
sabios. Ni drogas, ni píldoras, ni pomadas le hacían efecto alguno, y ningún
sabio pudo encontrar un eficaz remedio para la espantosa dolencia. Pero cierto
día llegó a la capital del rey Yunán un médico anciano de renombre, llamado
Ruyan. Había estudiado los libros griegos, persas, romanos, árabes
y
sirios, así como la medicina y la
astronomía, cuyos principios y reglas no ignoraba, así como sus buenos y malos
efectos. Conocía las virtudes de las plantas grasas y secas y también sus buenos
y, malos efectos. Por último, había profundizado la filosofía y todas las
ciencias médicas y otras muchas además. Cuando este médico llegó a la ciudad y
permaneció en ella algunos días, supo la historia del rey y de la lepra que le
martirizaba por la voluntad de Alah, enterándose del fracaso absoluto de todos
los médicos y sabios. Al tener de ello noticia, pasó muy preocupado la noche.
Pero no bien despertó por la mañana (al brillar la luz del día y saludar el sol
al mundo, magnífica decoración del Optimo) se puso su mejor traje y fue a ver al
rey Yunán. Besó la tierra entre las manos del rey e hizo votos por la duración
eterna de su. poderío y de las gracias de Alah y de todas las mejores
cosas. Después le enteró de quien era, y le dijo: “He averiguado la enfermedad
que atormenta tu cuerpo y he sabido que un gran número de médicos, no ha podido
encontrar el medio de curarla. Voy, ¡oh rey! a aplicarte mi tratamiento, sin
hacerte beber medicinas ni untarte con pomadas.” Al oírlo, el rey. Yunán se
asombró mucho, y le dijo: “¡Por Alah! que si me curas te enriquecerá hasta los
hijos de tus hijos, te concederé todos tus deseos y serás mi compañero y amigo”
En seguida le dio un hermoso traje y otros presentes, y añadió: “¿Es cierto que
me curarás de esta enfermedad sin medicamentos ni pomadas?” Y respondió el otro:
“Sí, ciertamente. Te curaré sin fatiga ni pena para tu cuerpo.” El rey le dijo,
cada vez más asombrado: “¡Oh gran médico! ¿Qué día. y que momento verán
realizarse lo que acabas de prometer? Apresúrate a hacerlo, hijo mío.” Y el
medico contestó:. “Escucho y obedezco.”
Entonces salió del palacio
y
alquiló una casa, donde instaló
sus libros, sus remedios y sus plantas aromáticas. Después hizo extractos de sus
medicamentos y de sus simples, y con estos extractos construyó un mazo corto y
encorvado, cuyo mango horadó, y también hizo una pelota, todo esto lo mejor que
pudo. Terminado completamente su trabajo, al segundo día fue a palacio, entró en
la cámara del rey y besó la tierra entre sus manos. Después le prescribió que
fuera a caballo al meidán y jugara con la bola y el mazo.
Acompañaron al rey sus emires,
sus chambelanes, sus visires y los jefes del reinó. Apenas había llegado al
meidán, se le acercó el médico y le entregó el mazo, diciéndole: “Empúñalo de
este modo y da con toda tu fuerza en la pelota. Y haz de modo que llegues a
sudar. De ese modo el remedio penetrará en la palma de la mano y circulará por
todo tu cuerpo. Cuando transpires y el remedio haya tenido tiempo de obrar,
regresa a tu palacio, ve en seguida a bañarte al hamman, y quedarás curado.
Ahora, la paz sea contigo.”
El
rey Yunán cogió el mazo que le
alargaba el médico, empuñándolo con fuerza. Intrépidos jinetes montaron a
caballo y le echaron la pelota. Entonces empezó a galopar detrás de ella para
alcanzarla y golpearla, siempre con el mazo bien cogido. Y no dejó de golpear
hasta que transpiró bien por la palma de la mano y por todo el cuerpo, dando
lugar a que la medicina obrase sobre el organismo. Cuando el médico Ruyán vio
que el remedio había circulado suficientemente, mandó al rey que volviera a
palacio para bañarse en el hammam. Y el rey marchó en seguida y dispuso que le
prepararan el hammam. Se lo prepararon con gran prisa, y los esclavos
apresuráronse también a disponerle la ropa. Entonces el rey entró en el hammam y
tomó el baño, se vistió de nuevo y salió del hammam para montar a caballo,
volver a palacio y echarse a dormir.
Y hasta aquí lo referente al rey
Yunán. En cuanto al médico Ruyán, éste regresó a su casa, se acostó, y al
despertar por la mañana fue a palacio, pidió permiso al rey para entrar, lo que
éste le concedió, entró, besó la tierra entre sus manos y empezó por declamar
gravemente algunas estrofas:
¡Si la elocuencia te eligiese
como padre, reflorecería! ¡Y no sabría elegir ya a otro más que
a ti!
¡Oh
rostro radiante, cuya claridad borraría la llama de un tizón encendido!
¡Ojalá ese glorioso semblante
siga con la luz de su frescura y alcance a ver cómo las arrugas surcan la cara
del Tiempo!
¡Me has cubierto con los
beneficias de tu generosidad, como
la
nube bienhechora cubre la colina!
¡Tus altas hazañas te han
hecho alcanzar las cimas de la gloria y eres el amado del Destino, que ya no
puede negarte nada!
Recitados los versos, el rey sé
puso de pie; y cordialmente tendió sus brazos al médico. Luego, le sentó a su
lado, y le regaló magníficos trajes de honor.
Porque, efectivamente, al salir
del hammam el rey se había mirado el cuerpo, sin encontrar rastro de lepra, y
vio su piel tan pura como la plata virgen. Entonces se dilató con gran júbilo su
pecho. Y al otro día, al levantarse el rey por la mañana, entró en el diván; se
sentó en el trono y comparecieron los chambelanes y grandes del reino, así como
él médico Ruyán. Por esto, al verle, el rey se levantó apresuradamente y le hizo
sentar a su lado. Sirvieron a ambos manjares y bebidas durante todo el día. Y al
anochecer, el rey entregó al médico dos mil dinares, sin contar los trajes de
honor y magníficos presentes, y le hizo montar su propio corcel. Y entonces el
médico se despidió y regresó a su casa.
El rey no dejaba de admirar el
arte del médico ni de decir: “Me ha curado por el exterior de mi cuerpo sin
untarme con pomadas. ¡Oh Alah! ¡Qué ciencia tan
sublime!
Fuerza es colmar de beneficios a
este hombre y tenerle para siempre como compañero y amigo afectuoso.” Y el rey
Yunán se acostó, muy alegre de verse con el cuerpo sano y libre de su
enfermedad.
Cuando al otro día se levantó el
rey y se sentó en el trono, los jefes de la nación pusiéronse de pie, y los
emires y
visires se sentaron a su derecha
y a su izquierda. Entonces mandó llamar al médico Ruyán, que acudió y besó la
tierra entre sus manos. El
rey se levantó en honor
suyo, le hizo sentar a su lado, comió en su compañía, le deseó larga vida y le
dio magníficas telas y otros presentes, sin dejar de conversar, con él hasta el
anochecer, y mandó le entregaran a modo de remuneración cinco trajes de honor y
mil dinares. Y así regresó el médico a su casa, haciendo votos por el rey.
Al
levantarse por la mañana, salió
el rey y entró en el diván, donde le rodearon los emires, los visires y los
chambelanes. Y entre los visires había uno de cara siniestra, repulsiva,
terrible, sórdidamente avaro, envidioso y saturado de celos y de odio. Cuando
este visir vio que el rey colocaba a su lado al médico Ruyán y le otorgaba
tantos beneficios, le tuvo envidia y resolvio secretamente perderlo. El
proverbio lo dice: “El envidioso ataca a todo el mundo. En el corazón del
envidioso está emboscada la persecución, y la desarrolla si dispone de fuerza o
la conserva latente la debilidad,” El visir se acercó al rey Yunán, besó la
tierra entre sus, manos, y dijo: “¡Oh rey del siglo y del tiempo, que envuelves
a los hombres en tus beneficios! Tengo para ti un consejo de gran importancia,
que no podría ocultarte sin ser un mal hijo. Si me mandas que te lo revele, yo
te lo revelaré.” Turbado entonces el rey por las palabras del visir, le dijo:
“¿Qué consejo es el tuyo? El otro respondió: “¡Oh rey glorioso! los antiguos
han dicho: “Quien no mire el fin y las consecuencias no tendrá a la Fortuna por
amiga”, y justamente acaba de ver al rey obrar con poco juicio otorgando sus
bondades a su enemigo, al que desea el aniquilamiento de su reino, colmándole de
favores, abrumándole con generosidades. Y yo, por esta causa, siento grandes
temores por el rey.” Al oir esto, el rey se turbó extremadamente, cambió de
color; y dijo: “¿Quién es el que supones enemigo mío y colmado por mí de
favores?” Y el visir respondió: “¡Oh rey! Si estás dormido, despierta, porque
aludo al médico Ruyán.” El rey dijo: “Ese es buen amigo mío, y para mí el más
querido de los hombres, pues me ha curado con una cosa que yo he tenido en la
mano y me ha librado de mi enfermedad, que había desesperado a los médicos.
Ciertamente que no hay otro como él en este siglo, en el mundo entero, lo mismo
en Occidente que en Oriente. ¿Cómo, te atreves a hablarme así de él? Desde ahora
le voy a señalar un sueldo de mil dinares al mes. Y aunque le diera la mitad de
mi reino, poco seria para lo que merece. Creo que me dices todo eso por envidia,
como se cuenta en la historia, que he sabido; del rey Sindabad.”
En aquel momento la aurora
sorprendió a Schahrazada, que interrumpió su narración.
Entonces Doniazada le dijo: “¡Ah,
hermana mía! ¡Cuán dulces, cuán puras, cuán deliciosas son tus palabras!” Y
Schahrazada dijo: “¿Qué es eso comparado con lo que os contaré la noche próxima,
si vivo todavía y el rey tiene a bien conservarme?” Entonces el rey dijo para
sí: “¡Por Alah! No la mataré sin haber oído la continuación de su historia, que
es verdaderamente maravillosa.” Y el rey fue al diván, y juzgó, otorgó empleos,
destituyó y despachó los asuntos pendientes hasta acabarse el día. Después se
levantó el diván y el rey entró en su palacio.
Y CUANDO LLEGÓ LA QUINTA NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey
afortunado! que el rey Yunán dijo a su visir: “Visir, has dejado entrar en ti la
envidia contra el médico, y quieres que yo lo mate para que luego me arrepienta,
como se arrepintió el rey Sindabad después de haber matado al halcón.” El visir
preguntó: “¿Y cómo ocurrió eso?” Entonces el rey Yunán contó:
EL HALCÓN DEL REY SINDABAD
“Dicen que entre los reyes de
Fars hubo uno muy, aficionado a diversiones, a paseos por los jardines y a toda
especie de cacerías. Tenía un halcón adiestrado por él mismo, y no lo dejaba de
día ni de noche pues hasta por la noche lo tenía sujeto al puño. Cuando iba de
caza lo llevaba consigo, y le había colgado del cuello un vasito de oro, en el
cual le daba de beber. Un día estaba el rey sentada en su palacio, y vio de
pronto venir al wekil que estaba encargado de las aves de caza, y le dijo: “¡Oh
rey de los siglos! Llegó la época de ir de caza.” Entonces el rey hizo sus
preparativos y se puso el halcón en el puño. Salieron después y llegaron a un
valle, donde armaron las redes de caza. Y de pronto cayó una gacela en las
redes. Entonces dijo el rey: “Mataré a aquel por cuyo lado pase la gacela.”
Empezaron a estrechar la red en torno de la gacela, que se aproximó al rey y se
enderezó sobre las patas como si quisiera besar la tierra delante del rey.
Entonces el rey comenzó a dar palmadas para hacer huir a la gacela, pero ésta
brincó y pasó por encima de su cabeza y se internó tierra adentro. El rey se
volvió entonces hacia los guardas, y vio que guiñaban los ojos maliciosamente,
Al presenciar tal cosa, le dijo al visir: “¿Por qué se hacen esas señas mis
soldados?” Y el visir contestó: “Dicen que has jurado matar a aquel por cuya
proximidad pasase la gacela.” Y el rey exclamó: “¡Por mi vida! ¡Hay que
perseguir y alcanzar a esa gacela!” Y se puso a galopar, siguiendo el rastro, y
pudo alcanzarla. El halcón le dio con el pico en los ojos de tal manera, que la
cegó y la hizo sentir vértigos. Entonces el rey, empuñó su maza, golpeando con
ella a la gacela hasta hacerla caer desplomada. En seguida descabalgó,
degollándola y desollándola, y colgó del arzón, de la silla los despojos. Hacía
bastante calor, y aquel lugar era desierto, árido, y carecía de agua. El rey
tenía sed y también el caballo. Y el rey se volvió y vio un árbol del cual
brotaba agua como manteca. El rey llevaba la mano cubierta con un guante de
piel; cogió el vasito del cuello del halcón, lo llenó de aquella agua, y lo
colocó delante del ave, pero ésta dio con la pata al vaso y lo volcó. El rey
cogió el vaso por segunda vez, lo llenó, y como seguía creyendo que el halcón
tenía sed, se lo puso delante, pero el halcón le dio con la pata por segunda vez
y lo volcó. Y el rey se encolerizó, contra el halcón, y cogió por tercera vez el
vaso, pero se la presentó al caballo, y el halcón derribó el vaso con el ala.
Entonces dijo el rey: ¡Alah te sepulte, oh la más nefasta de las aves de mal
agüero! No me has dejado beber, ni has bebido tú, ni has dejado que beba el
caballo.” Y dio con su espada al halcón y le cortó las alas. Entonces el halcón,
irguiendo la cabeza; le dijo por señas. “Mira lo que hay en el árbol.” Y el rey
levantó los ojos y vio en el árbol una serpiente, y el líquido que corría era su
veneno. Entonces el rey se arrepintió de haberle cortado las alas al halcón.
Después se levantó, montó a caballo, se fue, llevándose la gacela, y llegó a su
palacio. Le dio la gacela al cocinero, y le dijo: “Tómala
y
guísala.” Luego se sentó en su
trono, sin soltar al halcón. Pero el halcón, tras una especie de estertor,
murió. El rey al ver esto, prorrumpió en gritos de dolor y de amargura por haber
matado al halcón que le había salvado de la muerte.
¡Tal es la historia del rey
Sindabad!”
Cuando el visir hubo oído el
relato del rey Yunán, le dijo; “¡Oh gran rey lleno de dignidad! ¿que daño he
hecho yo cuyos funestos efectos hayas tú podido ver?. Obro así por compasión
hacia tu persona. Y ya verás como digo la verdad. Si me haces caso podrás
salvarte, y si no, perecerás como pereció Un visir astuto que engañó al hijo de
un rey entre los reyes.
HISTORIA DEL PRÍNCIPE Y LA VAMPIRO
El rey de que se trata tenía un
hijo aficionadísimo a la caza con galgos, y tenía también un visir. El rey mandó
al visir que acompañara a su hijo allá donde fuese. Un día entre los días, el
hijo salió a cazar con galgas, y con él salió el visir. Y ambos vieron un animal
monstruoso. Y el visir dijo al hijo del rey: “¡Anda contra esa fiera!
¡Persíguela!” Y el príncipe se puso a perseguir a la fiera, hasta que todos le
perdieron de vista. Y de pronto la fiera desapareció en el desierto. Y el
príncipe permanecía perplejo, sin saber hacia dónde ir, cuando vio en lo más
alto del camino una joven esclava que estaba llorando. El príncipe le preguntó:
“¿Quién eres?” Y ella respondió: “Soy la hija de un rey de reyes de la India.
Iba con la caravana por el desierto, sentí ganas de dormir, y me caí de la
cabalgadura sin darme cuenta. Entonces me encontré sola y abandonada.” A estas
palabras, sintió lástima el príncipe y emprendió la marcha con la joven,
llevándola a la grupa de su mismo caballo. Al pasar frente a un bosquecillo, la
esclava le dijo. “¡Oh señor, desearía evacuar una necesidad!” Entonces el
príncipe la desmontó junto al bosquecillo, y viendo que tardaba mucho, marchó
detrás de ella sin que la esclava pudiera enterarse. La esclava era una vampiro,
y estaba diciendo a sus hijos: “¡Hijos míos, os traigo un joven muy robusto!” Y
ellos dijeron: “¡Tráenoslo, madre, para que lo devoremos!” Cuando lo oyó el
príncipe, ya no pudo dudar de su próxima muerte, y las carnes le temblaban de
terror mientras volvía al camino. Cuando salió la vampiro de su cubil,
al
ver al príncipe temblar como un
cobarde, le preguntó: “¿Por qué tienes miedo?” Y el dijo: “Hay un enemigo que me
inspira temor:” Y prosiguió la vampiro: “Me has dicho que eres un príncipe..” Y
respondió él: “Así es la verdad.” Y ella le dijo: “Entonces, ¿por qué no das
algún dinero a tu enemigo para satisfacerle?” El príncipe replicó: “No se
satisface con dinero. Sólo se contenta con el alma. Por eso tengo miedo, como
víctima, de una injusticia.” Y la vampira le dijo: “Si te persiguen, como
afirmas, pide contra tu enemigo la ayuda: de Alah, y Él te librará de sus
maleficios y de los maleficios de aquellos de quienes tienes miedo.” Entonces el
príncipe levantó la cabeza al cielo y dijo: “¡Oh tú, que atiendes al oprimido
que te implora, hazme triunfar de mi enemigo,
y
aléjale de mí, pues tienes poder
para cuanto deseas!” Cuando la vampiro oyó estas palabras, desapareció. Y el
príncipe pudo regresar al lado de su padre, y le dio cuenta del mal consejo del
visir. Y el rey mandó matar al visir.”
En seguida el visir del rey Yunán
prosiguió de este modo:
“¡Y tú, oh rey, si te fías de ese
médico, cuenta que te matará con la peor de las muertes! Aunque le hayas colmado
de favores y le hayas hecho tu amigo, está preparando tu muerte. ¿Sabes por qué
te curó de tu enfermedad por el exterior de tu cuerpo, mediante una cosa que
tuviste en la mano? ¿No crees que es sencillamente para causar tu pérdida con
una segunda cosa que te mandará también coger?” Entonces el rey Yunán, dijo:
“Dices la verdad. Hágase según tu opinión, ¡oh visir bien aconsejado! Porque es
muy probable que ese médico haya venido ocultamente como un espía para ser mi
perdición. Si me ha curado con una cosa que he tenido en la mano, muy bien
podría perderme con otra que, por ejemplo, me diera a oler.” Y luego el rey
Yunán dijo a su visir: “¡Oh visir! ¿que debemos hacer con él?” Y el visir
respondió: “Haya que mandar inmediatamente que le traigan, y cuando se presente
aquí degollarlo, y así te librarás de sus maleficios, y quedarás desahogado y
tranquilo. Hazle traición antes que él te la haga a ti.”. Y el rey Yunán dijo:
“Verdad dices, ¡oh visir!” Después el rey mandó llamar al médico, que se
presentó alegre, ignorando lo que había resuelto el Clemente.
El
poeta lo dice en sus versos:
¡Oh tú, que temes los embates
del Destino, tranquilízate! ¿No sabes que todo está en las manos de aquel que ha
formado la tierra?
¡Porque lo que está escrito,
escrito está y no se borra nunca! ¡Y lo que no está escrito no hay por qué
temerlo!
¡Y tú, Señor! ¿Podré dejar
pasar un día sin cantar tus- alabanzas? ¿Para quién reservaría, si
no, el don maravilloso de mi estilo rimado y mi lengua de poeta?,
¡Cada nuevo don que recibo de
tus manos ¡oh Señor! es más hermoso que el precedente, y se anticipa a mis
deseos!
Por eso, ¿cómo no cantar tu
gloria, toda tu gloria, y alabarte en mi alma y en público?
¡Pero he de confesar que nunca
tendrán mis labios elocuencia bastante ni mi pecho fuerza suficiente para cantar
y para llevar los beneficios de que me has colmado!
¡Oh tú que dudas, confía tus
asuntos a las manos de Alah, el único Sabio! ¡Y así que lo hagas, tu corazón
nada tendrá que temer por parte de los hombres!
¡Sabe también que nada se hace
por tu voluntad, sino por la voluntad del Sabio de los Sabios!
¡No desesperes, pues, nunca, y
olvida todas las tristezas y todas las zozobras! ¿No sabes que las zozobras
destruyen el corazón más firme y más fuerte?
¡Abandonáselo todo! ¡Nuestros
proyectos no son mas que proyectos de esclavos impotentes ante el único
Ordenador! ¡Déjate llevar! ¡Así disfrutaras de una paz duradera!
Cuando se presento el médico
Ruyán; el rey le dijo- “¿Sabes por qué te he hecho venir a mi presencia?” Y el
médico contestó: Nadie sabe lo desconocido, más que Alah el Altísimo.” Y el rey
le dijo: “Te he mandado llamar pata matarte y arrancarte el alma.” Y el médico
Ruyán, al oír estas palabras, se sinlió asombrado, con el más prodigioso
asombro, y dijo: “¡Oh rey! ¿por qué me has de matar? ¿que falta he cometido?”
Y
el rey contestó: “Dicen que eres
un espía y que viniste para matarme. Por eso te voy a matar, antes de que me
mates.” Después el rey llamó al porta-alfanje y le dijo: “¡Corta la cabeza a ese
traidor y líbranos de sus maleficios!” Y el médico le dijo: “Consérvame la vida,
y Alah te la conservará. No me mates, si no Alah te matará también.”
Después retiró la súplica, como
yo lo hice dirigiéndome a ti, ¡oh efrit! sin que me hicieras caso, pues, por el
contrario, persististe en desear mi muerte.
Y en seguida el rey Yunán dijo al
médico: “No podré vivir confiado ni estar tranquilo como no te mate. Porque si
me has curado con una cosa que tuve en la mano, creo que me matarás con otra
cosa que me des a oler o de cualquier otro modo.” Y dijo el médico: “¡Oh rey!
¿esta es tu recompensa? ¿así devuelves mal por bien?” Pero el rey insistió: “No
hay más remedio que darte la muerte sin demora.” Y cuando el médico se convenció
de que el rey quería matarle sin remedio, lloró y se afligió al recordar los
favores que había hecho a quienes no los merecían. Ya lo dice el poeta:
¡La joven y loca Maimuna es
verdaderamente bien pobre de espíritu! ¡Pero su padre, en cambio, es un hombre
de gran corazón y considerado entre los mejores!
¡Miradle, pues! ¡Nunca anda
sin su farol en la mano, y
así evita el lodo de los
caminos, el polvo de las carreteras y los resbalones peligro!
En seguida se adelantó el
porta-alfanje, vendó los ojos al médico y, sacando la espada, dijo al rey: “Con
tu venia.” Pero el médico seguía llorando y suplicando al rey: “Consérvame la
vida, y Alah te la conservará. No me mates, o Aláh te matará a ti.” Y recitó
estos versos de un poeta:
¡Mis consejos no tuvieron
ningún éxito, mientras que los consejos de los ignorantes conseguían su
propósito! ¡No recogí mas que desprecios!
¡Por esto, si logro vivir, me
guardaré mucho de aconsejar! ¡Y si muero, mi ejemplo servirá a los demás para
que enmudezca su lengua.!
Y dijo después al rey: “¿Esta es
tu recompensa? He aquí que me tratas como hizo un cocodrilo.” Entonces preguntó
el rey: “¿Qué historia es esa de un cocodrilo?”. Y el médico dijo: “¡Oh señor!
No es posible contarla en este estado. ¡Por Alah sobre ti! Consérvame la vida, y
Alah te la conservará.” Y después comenzó a derramar copiosas lágrimas. Entonces
algunos de los favoritos del rey se levantaran y dijeron: “¡Oh rey! Concédenos
la sangre de este médico, pues nunca le hemos visto obrar en contra tuya; al
contrario, le vimos librarte de aquella enfermedad que había resistido a los
médicos y a los sabios.” El rey les contestó. “Ignoráis la causa de que mate a
este médico; si lo dejo con vida, mi perdición es segura, porque si me curó de
la enfermedad con una cosa que tuve en la mano, muy bien podría matarme dándome
a oler cualquier otra. Tengo mucho miedo de que me asesine para cobrar el precio
de mi muerte, pues debe ser un espía que ha venido a matarme. Su muerte es
necesaria; sólo así podré perder mis temores.” Entonces el médico imploró otra
vez: “Consérvame la vida, para que Alah te conserve; y no me mates, para que no
te mate Alah.”
Pero ¡oh efrit! cuando el médico
se convenció de que el rey le quería matar sin remedio, dijo: “¡Oh rey! Si mi
muerte es realmente necesaria, déjame ir a mi casa para despachar mis asuntos,
encargar a mis parientes y vecinos que cuiden de enterrarme, y sobre todo para
regalar mis libros de medicina. A fe que tengo un libro que es verdaderamente el
extracto de los extractos y la rareza de las rarezas, que quiero legarte como un
obsequio para que lo conserves cuidadosamente en tu armario.” Entonces él rey
preguntó al médico: “¿Qué libro es ése?” Y contestó el médico: “Contiene cosas
inestimables; el menor de los secretos que revela es el siguiente: Cuándo me
corten la cabeza, abre el libro, cuenta tres hojas y vuélvelas; lee en seguida
tres renglones de la página de la izquierda, y entonces la cabeza cortada te
hablará y contestará a todas las preguntas que le dirijas.” Al oír estas
palabras, el rey se asombró hasta el límite del asombro, y estremeciéndose de
alegría y de emoción, dijo: “¡Oh médico! ¿Hasta cortandote la cabeza hablarás?”
Y el médico respondió: “Sí, en verdad, ¡oh rey! Es, efectivamente, una cosa
prodigiosa.” Entonces el rey le permitió que saliera, aunque escoltado por
guardianes, y el médico llegó a su casa, y despachó sus asuntos aquel día, y al
siguiente día también. Y el rey subió al diván, y acudieron los emires, los
visires, los chambelanes, los nawabs y todos los jefes del reino, y el diván
parecía un jardín lleno de flores. Entonces entró el médico en el diván y se
colocó de pie ante el rey, con un libro muy viejo y una cajita de colirio llena
de unos polvos. Después se sentó y dijo: “Que me traigan una bandeja.” Le
llevaran una bandeja, y vertió los polvos, y los extendió por la superficie. Y
dijo entonces: “¡Oh rey! coge ese libro, pero no lo abras antes de cortarme la
cabeza. Cuando la hayas cortado colócala en la bandeja y manda que la aprieten
bien contra los polvos para restañar la sangre. Después abrirás el libro.” Pero
el rey, lleno de impaciencia, no le escuchaba ya; cogió el libro y lo abrió,
encontrando las hojas pegadas unas a otras. Entonces, metiendo su dedo en la
boca, lo mojó con su saliva y logró despegar la primera hoja. Lo mismo tuvo que
hacer con la segunda y la tercera hoja, y cada vez se abrían las hojas con más
dificultad. De este modo abrió el rey seis hojas, y trató de leerías, pero no
pudo encontrar ninguna clase de escritura. Y el rey diio: “¡Oh médico, no hay
nada escrito!” Y el médico respondió: “Sigue volviendo más hojas del mismo
modo.” Y el rey siguió volviendo más hojas. Pero apenas habían pasado algunos
instantes, circuló el veneno por el organismo del rey en el momento y en la hora
misma, pues el libro estaba envenenado. Y entonces sufrió el rey horribles
convulsiones, y exclamó` “¡El veneno circula!” Y después el médico Ruyán comenzó
a improvisar versos, diciendo:
¡Esos jueces! ¡Han juzgado,
pero excediéndose en sus derechos y contra toda justicia! ¡Y sin embargo, ¡oh
Señor! ¡La justicia existe!
¡A su vez fueron juzgados! ¡Si
hubieran sido íntegros y buenas, se les habría perdonado! ¡Pero oprimieron, y la
suerte les ha oprimido y les ha abrumado con las peores tribulaciones!
¡Ahora son motivo de burla y
de piedad para el transeúnte! ¡Esa es la ley! ¡Esto a cambio de aquello! ¡Y el
Destino se ha cumplido con toda lógica!
Cuándo Ruyán el médico acababa su
recitado, cayó muerto el rey. Sabe ahora, ¡oh efrit! que si el rey Yunán hubiera
conservado al médico Ruyán, Alah a su vez le habría conservado. Pero al negarse;
decidió su propia muerte.
Y si tú; ¡oh efrit! hubieses
querido conservarme, Alah te habría conservado.
En este momento de su narración,
Scháhrazada vio aparecer la mañana; y se calló discretamente. Y su hermana
Doniazada le dijo: “¡Qué deliciosas son tus palabras!” Y Schabrazada contestó:
“Nada es eso comparado con lo que os contaré la noche próxima, si vivo todavía y
el rey tiene a bien conservarme.” Y pasaron aquella noche en la dicha completa
y en la
felicidad hasta por la mañana.
Después el rey se dirigió al diván. Y cuando termino el diván, volvió a su
palacio y se reunió con los suyos.
No hay comentarios :
Los comentarios nuevos no están permitidos.